lunes, octubre 30, 2006

Mujeres de tensiones crespas
Por: Andrés Castaño López

Ayer había dicho que jamás hablaría de nuevo con la dama que hiciera de su palabra una herramienta para la sutileza. Pero hoy, el día en que menos pensé saldría a buscar respuestas, me encontré con la cabellera crespa de una mujer tensa y radiante, de fuerzas cansadas de alucine, saturadas de tiempo perdido. Esa mujer, la que por primera vez en la historia fiestera de mi audición me ha dicho un término para la contemplación del sentido-lindo y la musa-tatusa, es la que a su vez, termina cantando con las piedras de la música encantada. ¿Cuáles son las piedras del ritmo pedante, del sonido pendenciero?
Son las mismas por las que salta el silencio para cruzar el río de los acechos, para verse de nuevo indiferente a los mayores ojos, para posar con su poder de impresión y con su mentira inexpugnable. El silencio no suena, y el mundo es ruido para el que la vida es tonos y el aire besos.

Ayer había dicho tantas cosas que ahora no importaba mucho lo que la noche hablara; mejor importaba nada, mejor sacaba de las fronteras de mi aire aquellas cabelleras que visten de pupilas rosas y círculos de bailes sentidos. Las mujeres de tensiones crespas apetecen la soledad de sus maniobras y sus vicios, prefieren la salida intimista de su carácter oscuro y de barro negro. La única puerta que les da una oportunidad de ser vida insipiente; aromas de arrullo blanco, aretes de terciopelo negro.

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