viernes, noviembre 10, 2006

Circos de Muerte
Por: José Luis Hereyra

Ahora, al final de las vueltas
del alucinante circo,
cumplido el carrusel y el vértigo
de la montaña rusa también,
salgo del complejo parque de diversiones.

Pero al llegar a la calle,
frente al ruido de los autos ajenos a mí,
frente a tantas ventanas que se iluminan
al llegar la noche
y puertas que no están tranquilas
si no ha llegado su alguien,
no sé adónde ir.

Nadie me espera
en ningún lugar del mundo.

A veces, cuando he pensado
en desaparecerme
veo que no tiene sentido:
que no hay necesidad
de querer irse aquel quien para muchos
ya no existe.

Yo, quien fui cliente de todas las urgencias,
hoy no tengo prisa.

Y con mi ser
palpo el desfile de seres que se suceden
en mi corazón temblante.

Estoy tan lejos del riesgo
porque mi corazón siguió derecho
después de la muerte.
Y, además, porque lo que llaman “vida”
nunca ha sido suficiente
para convencerme.

No creo en la grandeza que nace
del no desear nada.

Porque llegar a no sentir
es haber negado hasta la luz
y el calor y el aire
donde siempre se ha guardado
el fuego.

Porque, ¿para qué vivir sin estaciones,
sin el verano que nos hace
palpar la fruta jugosa,
que nos hace de la fluyente sangre
un altar sucesivo
donde oficiar aún lo que no nos pueden
sostener como promesa?

Promesa alada, parte más de los sueños
que de lo que podemos retener.

Ahora, cuando las luces titilan
no sólo en el cielo
de los poetas muertos,
tengo la noche por delante
derramándose en el resto de mi vida.

Me extraña que yo, quien tanto buscó,
no corra ahora detrás de nada.

Ni me angustie frente a los espejismos
que alguna vez asolaron mi voluntad
e hicieron de mi, claro que otro buey.

El problema no es sino del toro,
sin bravura suficiente
para librarse de los circos de muerte.

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