viernes, noviembre 10, 2006

La Fuente sin agua
Por: Catalina Otalora Niño

En medio del infernal ruido nocturno y del espeso smog de las calles de Bogotá, en un pequeño parque, en forma de triángulo isósceles, ubicado de manera tal que bifurca una de las principales calles del distrito capital, llora una mujer sentada en una banca de madera podrida cubriendo con sus manos el rostro tratando de ocultar infructuosamente, ante los conductores que pasan sin cesar, el estruendo de su dolido llanto.

Ante esta mujer, de estatura promedio, regordeta y caribonita, una hermosa fuente, vaciada en aparente bronze, ya no emana agua. La esbelta figura femenina (tal vez una mujer amada) parece flotar en la penumbra, iluminada por debajo con una luz fría y verdosa embelleciendo ella el fin de la avenida y el inicio del barrio. Esta pila, desapercibida a la mayoría de habitantes de la ciudad, es un oasis, más bien, un espejismo en medio de la mole de concreto, el hierro retorcido y el ladrillo criollo; es el refugio para aquellos enamorados ilícitos, ancianos olvidados, viciosos justificados, para corazones rotos, extranjeros a la localidad donde la fuente sin agua ornamenta.

Aún con la cara tapada, sin querer mostrar la nariz hinchada y enrojecida por el llanto, la mujer del resquebrajado corazón, ya calma, percibe la fuente acariciada por el frío sereno de la noche. La primera vez que vio aquella figura femenina, eterna voladora, la sintió en el alma de mujer que quizo ser pájaro: Esa era una de aquellas noches de locura psicotrópica, desenfreno sensual, de confesión emocional; Sí, iba con el hombre que le mostró ese remanso pacífico, romántico, apacible. Caía en esa ocasión el agua en rítmico torrente, ligeramente turbia, fría. La condujo de la mano sin siquiera tocársela, sintiendo ella intriga del hombre misterio, de abundante cabellera negra sobre el rostro, regordete como ella, silencioso. Él, lavó la coraza de su corazón con el agua de la fuente invitándola al baño de luna que purificaría su sucia alma… ella accedió y desde ese instante se enamoró del hombre que le disolvió el amargo mugre que ennegrecía su solitario corazón.

Muy inocente y entregada ella, decidió darle a él “algo” de valor equitativo a semejante obsequio – ritual dado noches atrás. Después de pensarlo una y otra vez, su ya limpio corazón era lo único que poseía de tal valía y belleza: fuente de vida, propulsora de vital líquido, cavidad pura latente de inocencia. Decidió dárselo sin respuestas, sencillamente se lo entregaría al hombre capaz de reconocer la más sutil belleza escondida tras la negrura de la ciudad, eso era lo único que necesitaba saber. ¿Y cómo entregó su corazón? Actuó tal y como era: terca, rebelde, tierna, inteligentemente seductora; actuó sus vivencias, amores y desamores, frustraciones, dichas y alegrías, y era malcriada, insolente, neurótica. Una mujer completa, la niña – mujer que todo hombre quisiera poseer para cuidar, acoger, desear, vulnerar. Todas las mujeres son iguales llegó él a pensar, pero no, ella era diferente no por las decisiones que tomaba sino por la manera cómo las vivía . Le podía hacer sentir ganas de patearla por superflua y al mismo tiempo le hacía sentir ganas de someter su intelecto para creerse más sabiéndose menos. Ella le entregó el todo: los berracos traumas, la soledad, la depresión los acogía y los vivenciaba dentro de su corazón para que su amado no pasara por tales desdichas y pesares, le regaló toda la alegría y los triunfos que habían en ella para que en él solo hubiera orgullo sin lágrima ni dolo, tal era su entrega. Él no lo vio, no lo supo entender, solo veía el mal genio de su carácter, su cansada sonrisa. Y a ella no le importó, porque lo sabía hombre, entendía lo abrumador de su posición de pareja sin pretender ser dúo, lo vio sensible y traicionado… precisamente por ello quería su felicidad, así fuera a costa suya.

Recibió el castigo por tan pretenciosa ilusión. Sintió la bofetada, cuando en uno de esos arranques de los que solía tener, la puso en su sitio de manera equívoca. Ella buscaba el regaño abrazado, el sermón jocoso, el seductor fuste… mas encontró el grito feroz, la atroz sacudida, la consecuente mechoneada… ¿Pero ella qué había hecho? ¿ser ella misma? ¿Amarlo sin preguntas? Sintió el puñal trapero una, dos, hasta tres veces clavado a traición por la espalda, hasta partirle su trajinado corazón en dos, pero ella así lo amaba… la mujer recibiría los desprecios, era fuerte para soportarlos siempre y cuando él disfrutara por Ser. Para él, ya era demasiada carga, una que no buscó ni quiso; él, era hombre hambriento después de larga vigilia y ella, era mujer apetitosa demasiado dispuesta… ya saciado de presa, la sobremesa no pretende… sin más, la echó. La mujer lo sintió en el alma, se había burlado de ella con oscuras intenciones, él no entendió que ella vino a este mundo para sentir en demasía, todos sus actos provenían del amor.

Ahora, ya respirando por la nariz, con lágrimas secas que no terminaron el recorrido mejilla abajo, suspira el bonito adorno de la desconocida inspiración de otro, contempla aquella fuente sin agua, mira la mujer seca, de metal y viva luz que vuela sin haber alzado el vuelo, que levita sujeta por el aspersor taponado de hojas secas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Una descripción tan certera de tu alma, que parece un espejo en donde se pueden ver tus sueños e ilusiones ... ojla esta sea una pista mas, para el camino a tu corazón... muchos besos ... PD

Anónimo dijo...

la torpeza de la turbulensia con la que nos acoge la furia nos cega y las rodillas despues no nos alcansan para el perdon,solo se opta por tomar aires lejanos y dejar la vida que pudiste atormentar para no ser techo de ramas muertas ante lo grande que puedes ser bella y fuerte flor.