sábado, noviembre 04, 2006


Un Ojo y Dos Lágrimas
Por: Catalina Otalora Niño. 28 años, tecnóloga en Cine y Fotografía, esposa y madre de dos hijos. Distribuye su tiempo entre su hogar, su trabajo en Photostudio como Jefe de Proyectos y su pasión: La Escritura.
Ilustració
n: "Hay veces que lo inesperado se adelanta a lo siempre esperado. Tu presencia me hace vivir. Tu presencia me hace vivir en la tumba del descanso" - Carboncillo sobre papel -Helios Mar


Vine a casa de mis suegros a visitar a mi novio con nuestro hijo de seis meses. Ha sido un sábado normal, común como cualquiera; nada pasa y pasa de todo: de almuerzo comimos lentejas con arroz y aguacate, es la primera vez que nuestro hijo come granos. Mis suegros se van con una de mis cuñadas a visitar una tía que vive en el norte ¡Qué bien! los tres nos quedaremos solos, nos adueñaremos de la casa, de nuestras vidas, asumiremos por un pequeño instante nuestro sueño: ser una familia de verdad.

El bebé duerme seguro en cama de sus abuelos. Mi novio sale y consigue marihuana con un vecino; en realidad es muy poca pero, no importa… el problema es que no hay cuero con qué pegar nuestro porro; así, con la ansiedad acabando con nuestro poco sentido común, improvisamos y nos lo fumamos en un gotero, en una diminuta pipeta. Es mi primera vez después de nueve meses de embarazo y seis de lactancia; me sentí muy extraña, esta fuma era diferente a las demás, tal vez la maternidad si había cambiado algo en mí. Salí a comprar un cigarrillo y pensé, después de llevar años consumiendo, que reír y reír sin sentido, o con uno aparentemente sabio, era sencillamente estúpido. Estuve a punto de arrepentirme por volver a trabarme… mas el vicio había adormilado nuevamente al moralismo justo. De vuelta a la casa termino mi cigarrillo caminando por la calle estrecha que conduce a ella, en una de esas noches que aún no comienza para muchos. Lo termino, me siento muy rara, no lo puedo describir… haber tenido más de un año de abstinencia mientras en mí se gestaba vida, me había dado cierto toque de madurez femenina, pero ya no quería seguir creciendo, y con una mezcla de culpabilidad, consentimiento, riesgo y de sana demencia, entré de nuevo a la casa de mis suegros.

Con mi familia política de vuelta, todo volvió a la normalidad: comimos crèpes con queso, té en agua y pan; nuestro hijo tomó sopa licuada de zanahoria y habichuela en caldo de papa, después, un tetero de 6 oz. Nosotros, normal… Son ya las 11:00 p.m. y el bebé por fin se durmió, nosotros también vamos a descansar. Damos las buenas noches, nos acostamos y vemos televisión. Abrazo a mi novio, le beso el cuello, lo amo tanto… -Te amo, le digo. Le beso el cuello de nuevo, él me abraza, nos besamos amorosa y apasionadamente, quiero hacerle el amor - Quiero hacerte el amor, le digo -Me encanta cuando estás así, mojadita… te quiero… hasta el fondo… me dice -Penétrame… te deseo… le digo. Lo hacemos de frente, viéndonos a los ojos. Me hace sentir hermosa y amada a pesar de los cambios en mi cuerpo. Nos amamos, no usamos preservativo como si el bebé que dormita a nuestro lado no nos hubiese hecho lo suficientemente precavidos. Él termina, fumamos marihuana otra vez, en su cuarto, pegados a la ventana; el humo que aspiro se lo paso por la boca en un beso narcótico, él lo aspira, lo retiene, me lo pasa de nuevo y yo lo expulso. Tres veces… estoy al otro lado… tan bonito…

Pensando en este sopor nocturno que me encanta, me doy cuenta de la felicidad que siento al lado de mi novio: hago el amor, fumo marihuana y me echo a ver televisión. También me doy cuenta que siempre he querido vivir en un cuarto como el de mi novio: un espacio pequeño pero bien iluminado, donde la cama, que es más bien un colchón tirado en el piso, está a la izquierda de la puerta; en frente, la mini biblioteca de sociología, poesía colombiana, utopías y sus escritos; al lado derecho, el televisor al nivel del piso prendido en un canal del estado; al otro lado, la mesa de dibujo, encima de ella una lamparita. En el tapete el overol amarillo y la pequeña camisa a cuadros del bebé y nuestra ropa. En las paredes sus dibujos adornando las desnudas paredes; en el remedo de espaldar de “nuestra cama” el dibujo que más me gusta sobresaliendo del resto: Un gran ojo entrecerrado de pupila violeta al cual, a cada extremo, le salen dos lágrimas que simulan ser mariposas multicolores. Así es el cuarto de mi amado, que hoy es nuestro, con su incienso, sus velas y su bufanda gris.

-Te quiero hacer el amor, me dice. Yo accedo, es ahora mi turno de aquietar mi éxtasis. Comienza besándome la boca, me abraza, empiezo a sentir el efecto de la marihuana mezclado con el amor. Sube mi camiseta hasta descubrirme los pezones, me los muerde suavecito, durito, delicioso. El padre de mi hijo me hace estremecer entre sus brazos, rechinando él sus dientes de placer, me baja el pantalón, me contempla y me complace.

Ya es de madrugada, no quiero dormirme; No quiero tener que despertar de la ilusión del fin de semana; No quiero tener que devolverme a casa de mi madre con mi hijo a la realidad del día a día; No quiero empezar la vieja lucha con mi novio por la plata que no da para leche y pañales; No quiero estar en mis cinco sentidos y darme cuenta que el sueño, sueño es.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Para el amor apenas existen unas posibilidades exactas en el mundo, y con posibilidades exactas me refiero a que haya una libertad posible y un placer viable, de goce y ensueño de románticos eternos.

Pero lastimosamente la realidad mata a veces la codicia del propio
carazón y lo aburrido
se vuelve el cariño,
y lo odiado se vuelve indispensable para resucitar
el amor perdido en un acto
de heroísmo incensato y ebrio de causas perdidas,

Anónimo dijo...

hay minutos que en el cofre humilde de los tesoros se vuelven inmensas sonrisas secretas y acogedoras o dolores persistentes por lo que fue y se perdio en el tiempo, a ti quise darte lo primero por que yo padezco lo segundo.